jueves, 8 de diciembre de 2011

EL ARTE DE NO HACER NADA


Dr. Alfredo Salomòn Carrillo
Comentario: al artículo:   
The Art of Doing Nothing. 

Las interesantes y muy personales historias que conforman el artículo de la Dra. Lisa Rosenbaum, invitan a reflexionar sobre el enfoque humanístico, frente al científico y de investigación avanzada de la medicina actual: el humanismo médico frente a la vorágine de conocimientos sobre la salud y la enfermedad, que a partir de la segunda mitad del siglo pasado, ha invadido a la medicina actual con alta tecnología; equipos cada vez más sofisticados que facilitan y favorecen diagnósticos precisos y precoces; nuevos y valiosos recursos terapéuticos, que han mejorado las expectativas, en enfermedades antes necesariamente mortales. El siglo XX ha pasado ya a la historia de la medicina como el siglo de la tecnología y la tecnificación, que junto con el progreso social, han sido factor importante en el incremento sustancial de la expectativa y calidad de vida de los pacientes.

Desde luego, conviene dejar claro que ambos enfoques humanismo y tecnología no son excluyentes por sí mismos, sino perfectamente compatibles: lo que importa es lograr un adecuado equilibrio entre ambos que permita al médico recurrir y valerse de los adelantos científicos, farmacológicos y tecnológicos, sin perder la calidad humana. En medicina el humanismo sigue y seguirá siendo un componente fundamental e indispensable en la relación médico-paciente: el arte de la palabra, del sentimiento de compasión y comprensión, que en forma recíproca, despierta el optimismo, la confianza, la seguridad y la esperanza en el paciente. 

Cada día es mayor el número de personas que se quejan de la falta de humanismo en el médico actual; para ellos, el médico del pasado era más humano, comprensivo, considerado y consciente de las necesidades afectivas y espirituales del paciente; ahora, cuando hay más recursos diagnósticos y terapéuticos, el trato del médico ha ido perdiendo solidaridad con el paciente abandonando el espíritu de servicio. Además, como suele suceder, aparece el culto al dinero y al consumismo, con lo que la atracción natural por la alta tecnología, el énfasis la vanguardia de los estudios y procedimientos terapéuticos hacen que la relación médico-paciente resulte en una transacción mercantil o en un intercambio distante y frío.

No otra cosa puede desprenderse de la actitud del doctor abuelo de la Dra. Lisa, cuando, una vez superado el cáncer de laringe, reconoce que la medicina moderna le ha salvado la vida por su alta tecnología, pero encuentra que se ha ido perdiendo el carácter humanístico de la misma. Convencido de ello, se propone y escribe un libro sobre el tema, titulado: El sabor de mi propia medicina, que más tarde fue llevado a la pantalla con el nombre de El Doctor. La sinopsis nos presenta a un médico que se tiene que enfrentarse repentinamente a una enfermedad que le convierte en un paciente ordinario de su propio hospital; por primera vez en su vida se ve obligado a sentir lo que todos los pacientes sienten y a confiar ciegamente en un sistema médico, que no es infalible, con su eterna burocracia, sus exámenes a veces humillantes, sus imponentes aparatos y sus abarrotadas salas de espera.                            

            ¡Qué fuerte suena esto!
Al final de su vida, allá por los 90 años de edad, el doctor abuelo, fiel a su personal sentido de la profesión y vocación de servicio, recluido en una casa de cuidados para personas mayores de edad, se propone ayudar a sus compañeros que con frecuencia se enferman; se prodiga y los atiende con esmero, dedicación y nobleza de corazón, “al estilo de la vieja escuela”. De esta manera, la doctora Lisa escribe:                                                                                                                   

“A falta de todas las herramientas que ahora forjan el vínculo entre paciente y médico, su palabra, su diálogo, sus consejos resultaban mejor. Lograba conmoverlos, una suave palmadita en la espalda y una simple palabra de consuelo, podían ser suficientes, para satisfacer sus expectativas y las personas sentirse mejor. Mi abuelo realizó su práctica sin una máquina de resonancia; careció de los avances de la biología y bioquímica, no tuvo una computadora con un REM o menú desplegable, con todas las pruebas que se puedan imaginar con un solo pulsar una tecla. Y cuando fue perdiendo sus capacidades motoras, aún con dificultad para desplazarse siguió haciendo sus rondas .Yo todavía no tengo una verdadera idea de lo que él ofrecía, pero estoy seguro que es algo que hemos perdido.” (Traducción del autor)

¿Se puede considerar que esto significa "no hacer nada?”. ¡Seguramente que no!

Finalmente, está claro que el médico debe establecer una adecuada relación con su paciente, con base en la confianza y la seguridad. Esto implica, según Trousseau, “conocer bien a nuestro paciente, por medio de una conversación amistosa y comprensiva, con sus ansiedades y angustias, explorando sus trastornos físicos, además de los emocionales y espirituales”. La anamnesis y exploración física logradas un ambiente de este género permitirán al médico establecer una sospecha diagnóstica que debe ser siempre confirmada mediante la gama de recursos de laboratorio y gabinete de que ahora disponemos, indispensables para lograr el diagnóstico integral del caso. Siempre con el mejor de los propósitos: su verdadera utilidad, su auténtica y oportuna indicación, para no caer en omisiones imperdonables ni en excesos tecnológicos o en conductas y motivos aviesos que nos alejen del invaluable sentido de ética de una buena actitud profesional.

Hoy por hoy, la práctica y el ejercicio de la medicina deben ser considerados como un acto fundamentalmente humano, con un muy particular sentido de ética, pero también con un bagaje sólido de conocimientos tecnológicos y de la investigación clínico-farmacéutica, siempre basada en evidencia.

Dr. Alfredo Salomón Carrillo.
Miembro Honorario del Colegio de Cardiologìa de Puebla