Dr. Alfredo Salomòn Carrillo |
Las
interesantes y muy personales historias que conforman el artículo de la Dra.
Lisa Rosenbaum, invitan a reflexionar sobre el enfoque humanístico, frente al
científico y de investigación avanzada de la medicina actual: el humanismo
médico frente a la vorágine de conocimientos sobre la salud y la enfermedad,
que a partir de la segunda mitad del siglo pasado, ha invadido a la medicina
actual con alta tecnología; equipos cada vez más sofisticados que facilitan y
favorecen diagnósticos precisos y precoces; nuevos y
valiosos recursos terapéuticos, que han mejorado las expectativas, en
enfermedades antes necesariamente mortales. El siglo XX ha
pasado ya a la historia de la medicina como el siglo de la tecnología y la tecnificación,
que junto con el progreso social, han sido factor importante en el incremento
sustancial de la expectativa y calidad de vida de los pacientes.
Desde
luego, conviene dejar claro que ambos enfoques humanismo y tecnología no
son excluyentes por sí mismos, sino perfectamente compatibles: lo que importa
es lograr un adecuado equilibrio entre ambos que permita al médico recurrir y
valerse de los adelantos científicos, farmacológicos y tecnológicos, sin perder
la calidad humana. En medicina el humanismo sigue y seguirá siendo un componente fundamental e indispensable
en la relación médico-paciente: el arte de la palabra, del sentimiento de
compasión y comprensión, que en forma recíproca, despierta el optimismo, la confianza,
la seguridad y la esperanza en el paciente.
Cada
día es mayor el número de personas que se quejan de la falta de humanismo en el
médico actual; para ellos, el médico del pasado era más humano, comprensivo,
considerado y consciente de las necesidades afectivas y espirituales del
paciente; ahora, cuando hay más recursos diagnósticos y terapéuticos, el trato
del médico ha ido perdiendo solidaridad con el paciente abandonando el espíritu
de servicio. Además, como suele suceder, aparece el culto al dinero y al
consumismo, con lo que la atracción natural por la alta tecnología, el énfasis la
vanguardia de los estudios y procedimientos terapéuticos hacen que la relación
médico-paciente resulte en una transacción mercantil o en un intercambio
distante y frío.
No
otra cosa puede desprenderse de la actitud del doctor abuelo de la Dra. Lisa,
cuando, una vez superado el cáncer de laringe, reconoce que la medicina moderna
le ha salvado la vida por su alta tecnología, pero encuentra que se ha ido
perdiendo el carácter humanístico de la misma. Convencido de ello, se propone y
escribe un libro sobre el tema, titulado: El
sabor de mi propia medicina, que más tarde fue llevado a la pantalla con el
nombre de El Doctor. La sinopsis nos presenta a un médico que
se tiene que enfrentarse repentinamente a una enfermedad que le convierte en un
paciente ordinario de su propio hospital; por primera vez en su vida se ve
obligado a sentir lo que todos los pacientes sienten y a confiar ciegamente en
un sistema médico, que no es infalible, con su eterna burocracia, sus exámenes
a veces humillantes, sus imponentes aparatos y sus abarrotadas salas de espera.
¡Qué
fuerte suena esto!
Al
final de su vida, allá por los 90 años de edad, el doctor abuelo, fiel a su
personal sentido de la profesión y vocación de servicio, recluido en una casa
de cuidados para personas mayores de edad, se propone ayudar a sus compañeros
que con frecuencia se enferman; se prodiga y los atiende con esmero, dedicación
y nobleza de corazón, “al estilo de la vieja escuela”. De esta manera, la
doctora Lisa escribe:
“A falta de todas las herramientas que
ahora forjan el vínculo entre paciente y médico, su palabra, su diálogo, sus
consejos resultaban mejor. Lograba conmoverlos, una suave palmadita en la
espalda y una simple palabra de consuelo, podían ser suficientes, para
satisfacer sus expectativas y las personas sentirse mejor. Mi abuelo realizó su práctica sin una
máquina de resonancia; careció de los avances de la biología y bioquímica, no
tuvo una computadora con un REM o menú desplegable, con todas las pruebas que
se puedan imaginar con un solo pulsar una tecla. Y cuando fue perdiendo sus
capacidades motoras, aún con dificultad para desplazarse siguió haciendo sus
rondas .Yo todavía no tengo una verdadera idea de lo que él ofrecía, pero estoy
seguro que es algo que hemos perdido.” (Traducción del autor)
¿Se puede considerar que esto
significa "no hacer nada?”. ¡Seguramente que no!
Finalmente, está claro que el médico
debe establecer una adecuada relación con su paciente, con base en la confianza
y la seguridad. Esto implica, según Trousseau, “conocer bien a nuestro
paciente, por medio de una conversación amistosa y comprensiva, con sus
ansiedades y angustias, explorando sus trastornos físicos, además de los
emocionales y espirituales”. La
anamnesis y exploración física logradas un ambiente de este género permitirán
al médico establecer una sospecha diagnóstica que debe ser siempre confirmada mediante
la gama de recursos de laboratorio y gabinete de que ahora disponemos, indispensables
para lograr el diagnóstico integral del caso. Siempre con el mejor de los
propósitos: su verdadera utilidad, su auténtica y oportuna indicación, para no
caer en omisiones imperdonables ni en excesos tecnológicos o en conductas y
motivos aviesos que nos alejen del invaluable sentido de ética de una buena
actitud profesional.
Hoy por hoy, la práctica y el
ejercicio de la medicina deben ser considerados como un acto fundamentalmente
humano, con un muy particular sentido de ética, pero también con un bagaje
sólido de conocimientos tecnológicos y de la investigación
clínico-farmacéutica, siempre basada en evidencia.
Dr. Alfredo Salomón Carrillo.
Miembro Honorario del Colegio de Cardiologìa de Puebla